domingo, 1 de marzo de 2015

La puerta de los tres cerrojos

   “Niko, un chico solitario de 14 años, no se imagina las consecuencias que le traerá no seguir el camino que cada día recorre para llegar al instituto.
   Al variar su ruta, descubre una casa que nunca antes había visto. Atraído por el misterio, se adentrará en ella y se verá inmenso en un extraño universo.”

   En lugar de hacer una breve reseña de la novela, para lo que podría valer cualquiera de las que aparecen en la contracubierta del libro (ver fotografía más abajo), prefiero contar la anécdota que me llevó a leerla, primero, y, después, a incluirla como lectura recomendada a mis alumnos de 4º de ESO.

   Todos los veranos paso unos días en Granada, y cada verano suelo aprovechar una mañana para acercarme al Parque de las Ciencias y visitar alguna exposición nueva, o, simplemente, recorrer la tienda buscando algún juguete que me pueda servir para ilustrar mis explicaciones en clase, o un título que me pueda interesar. Hace dos veranos me encontraba hojeando una publicación de la Universidad de Granada sobre el color, cuando escuché la algarabía de una adolescente que entraba en la tienda como un remolino y se acercaba a la zona de libros seguida por su madre. Con la consigna de “quiero un libro de física cuántica”, comenzó a recorrer los estantes, y a coger aquí un libro, allí otro, que su madre, armada de paciencia, iba colocando de nuevo en su sitio al tiempo que le decía que no eran de lo que ella buscaba. En una de sus idas y venidas, cuando pasaba delante de mí, recordé que unos meses atrás mi hija había leído una novela que, al parecer, tenía que ver con el mundo cuántico; así que fue inevitable que le llamara la atención y le preguntara si conocía “La puerta de los tres cerrojos”, a lo que la joven me respondió con una exclamación: ¡por eso! ¡Por eso quiero saber más de física cuántica!
   Al salir del Parque de las Ciencias, además de una interesante publicación de la Universidad de Granada sobre el color (“La tienda de las curiosidades sobre el color”), llevaba la firme convicción de que “La puerta de los tres cerrojos” podría divertir a la vez que prender la mecha del interés por la Física en alguno de mis alumnos.





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